Agustín García Calvo, en el pensamiento

Dos hermosos textos de Agustín García Calvo, recién fallecido, extraídos de lo que seguramente sean sus dos mayores obras poético-filosóficas. El primero es el final del Apéndice a De la Felicidad, y el segundo es igualmente el final de su ateísta De Dios. Ambos invitan por igual a la emoción, a la acción, a la risa, y a la reflexión. Un pequeño homenaje al ácrata que A.G.C. fue, que es como decir, al ácrata que muchxs llevamos dentro, y que algunxs intentan expresar en su vida y en el mundo. Y como semblanza de su persona y de su obra, valga el artículo que le dedica Octavio Alberola: Agustín García Calvo, el compañero.

Alabanza de lo bueno. Apéndice a De la Felicidad  (páginas 28 a 31, Lucina, Madrid 1986)

Frente a los miles y miles de vendidos, criados del Estado y del Capital, que cada día, por todos los medios de formación de masas, os están haciendo mirar hacia el Futuro, al de la Humanidad y al de cada uno de vosotros, y así, al haceros creer que hay caminos trazados de antemano, os impiden que nada nuevo pueda pasaros ni ocurrírseos hacer, convirtiendo vuestras vidas, trabajo y diversión da lo mismo, no en otra cosa que en tiempo vacío que llenar mientras llega el Futuro definitivo, el de la muerte, que así os meten en la vida, frente a toda esa peste de sangrientas estupideces y mentiras, dejad todavía que vuestro amor, o las brasas que de él os queden, se alimente del recuerdo, del recuerdo siemprevivo del paraíso terrenal, o por lo menos del recuerdo, mediado por la Historia, pero a pesar suyo, de los modestos vislumbres y aproximaciones de paraíso de, por ejemplo, las recién pasadas glorias y riquezas de la dorada burguesía: el recuerdo vivo, que, al igual que también para cada uno el de los secretos o soñados corredores y jardines de su infancia (para aquéllos al menos a los que no hayan Ellos hecho ya de raíz nacer en la miseria de los bloques suburbanos, que puedan todavía recordar un bosquecillo, una plazoleta), es lo que puede a los hombres moverlos a vida y a creación, a hacer algo que no sea hacer lo que está hecho, y mover, en nombre de la añoranza de felicidad, la guerra de la razón contra la mentira.

Y bien será, a tal propósito, recordar que la añoranza de paraíso, o de la buena vida en general, no es cuestión de fantasías privadas de cada uno, sino común y la misma para cualesquiera: que cosa común es el placer (que no sea diversión), el gozo (que no sea mera esperanza): en contra de lo que os imponen los que, para fines de venta y sumisión, os quieren hacer creer que cada uno tenéis un gusto y una voluntad propios y personales, aprended a decir que no: que lo bueno no es bueno porque le guste a uno, sino que lo bueno es bueno, y no puede ser malo más que por engaño y miedo impuesto desde Arriba (para venderos enseguida lo malo como bueno), que lo que era bueno para Adán y Eva o para alguna sensitiva dama de la buena sociedad del 1900, eso mismo es bueno para cualquiera y debe ser para cualquiera.

De Dios (página 300, Lucina, Madrid 1996)

Y quizá rezarle

Así que entonces, en tal caso, tal vez podríamos rezarle a Dios, más o menos, en los siguientes términos:

Tú, a quien no conozco, renuncia, por favor, a conocerme. Para librarte de tanto mal como en tu nombre se ha hecho, olvídate de tu nombre.

Que tu Poder se pierda y se deslía tu Voluntad, que la gente viva como pueda por el cielo sin fin y aquí en la tierra.

Deja que la vanidad de la ley de la muerte se descubra. Líbrame del Futuro y el Dinero, para que podamos volver a saber el pan de cada día.

Renuncia a tus cuentas de buenos y malos, de virtud y culpa, que nos olvidemos de quién era cada uno.

Y además, en fin, nada te pido: ¿quién soy yo para pedirte? ¿ Quién tú para darme?

Todo esto era sólo para reírnos; para que tú te rías.

Líbrame tú de mí mismo, que yo te libro de tu nombre, Dios, y aquí te doy la libertad.

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