• Concibo el ateismo como supuesto primero del pensar en general, y de mi pensar en particular.
• Mi ateismo no pretende ser ni impositivo ni dogmático y detesto igualmente la mística laica y el ateísmo de iglesia.
• El ateismo o es desobediencia individual en primer lugar o es mero ornamento demagógico y superfluo.
Por consiguiente:
• Que tú seas creyente, monoteísta, animista, politeísta, que consideres a un libro como sagrado, que lo interpretes literal o simbólicamente, que asumas una moral preestablecido como tuya, es sin duda legítimo y respetable, como es legítimo y respetable declararse ateo o espiritista o nacionalista o surrealista.
• Lo que no es legítimo ni respetable, es que tus creencias religiosas y las instituciones que las defienden quieran imponer su punto de vista unívoco a la sociedad y a quienes la conforman. Y apelar a la tradicción o a la historia para sostener tal pretensión es simplemente un argumento inválido, una falacia con premisa de supuesta autoridad.
• Mi ateismo es básicamente antiautoritario, y nuclearmente libertario: nada incómodo en las paradojas existenciales de los seres humanos y de sus acciones descabelladas y a veces sugerentes, odiaría al ateísmo si éste se tornara en dogma e ideologia alienante, asume el conflicto y las contradicciones que a cada cual depara la vida como acicates para el pensamiento, la libertad y la acción.
• Pero también e inevitablemente, en un estado aconfesional que privilegia el catolicismo, mi ateísmo no puede no ser político, pues con el poder nos topamos si de la iglesia católica española hablamos. Y sus jerarcas y sus dominios siguen pesando como una losa retrógada y absurda sobre mi vida, mi ciudad, mi vecindario, la escuela de al lado, y la vida de mis amigas y amigos…
• Odio las procesiones de semana santa, pero más odio el insulto a la inteligencia de instituciones civiles y religiosas que la pretenden vender como atracción turístico-cultural.
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